Lonerism, por Tame Impala

Como no soy músico ni pretendo serlo, no tengo las herramientas para hacer una crítica de un álbum musical, pero sé un par de cosas acerca de andar en bici. Por eso es que me decidí a escribir acerca del viaje que entrega el que muy probablemente es el mejor álbum para andar en bicicleta del siglo 21.
Advertencia: no puedo escuchar la letra de las canciones en inglés, porque no alcanzo a entender, así que supongo que la experiencia es distinta para una persona que hable inglés nativo.

El primer tramo, que parte con Be Above It son esencialmente los preparativos para el resto del viaje. La ciudad completa se vuelve un plano negro y los vértices y aristas de los edificios se tornan luces de neón. Se establece el ritmo al que avanza la película (las distancias se contraen o estiran según la velocidad que marque el ciclocomputador) y comienza entre veinte y treinta kilómetros por hora. Todo para quedar listos y empezar, junto con Endors Toi a tomar impulso y rápidamente llegar a velocidades superlumínicas: las luces de neón se estiran y, tal como en las películas de la guerra de las galaxias, después de un rato se aparece en medio de la nada, suspendido. Se recarga energía distinta, para un viaje distinto. La preparación incluye explosión tras explosión, lentamente sucediéndose, como un motor de combustión interna en cámara lenta.

Apocalypse Dreams marca claramente el paso al segundo tramo del viaje. El pedaleo se hace cuadro a cuadro, como en una película en un engranaje manivelada a mano, y con todo el cuerpo. No basta acá con pedalear con las caderas ni con el tronco, sino que también se usa la cabeza y los hombros. El escenario es de color mucho más natural, pero los colores son más vivos, como en un sueño. La pendiente es levemente ascendente, como un falso plano, con descansos a intervalos que permiten apreciar que los colores van haciéndose incrementalmente coloridos. Todo sigue de tal manera hasta el despegue, en un cielo completamente azul como los del altiplano Boliviano. La trayectoria es lineal y predecible. El piloto automático permite cerrar los ojos con toda confianza.

El tercer tramo del viaje está dominado en primera instancia por Mind Mischief. La sensación es idéntica a pasear por un barrio desconocido en una ciudad extraña, amenazante. A medida que se adentra en la jungla de cemento se crean a los lados colores grises y poliedros, que no alcanzan a rozarnos, protegidos por la suficiente velocidad (que es propia de una subida relativamente pesada). Music to Walk Home By sin duda que es la transición entre este barrio peligroso y un paisaje mucho más parecido al segundo tramo. Con la confianza adquirida y la experiencia pasada el viaje se siente mucho más fluido. Es hora de relajarse y volver a disfrutar como antes. Dejarse llenar de energía, sonreir. Dejarse llevar, arrastrar lentamente…

Como un pequeño piedrazo que llega a velocidades relativistas en un charco, solo  se alcanza a percibir la onda que deja en el agua la llegada del cuarto tramo del viaje de la mano de Why Won’t They Talk to Me?. La velocidad es ultrarrápida, y el escenario parece una carrera amistosa ciclística, infinitamente ancha y con competidores en todas las direcciones. Todos pedaleando al ritmo que fija la musica. Los colores son vivos y uno a la vez, van predominando dentro de los demás colores, acercándose a una relación uno es a uno con los beats de la canción. Y de pronto, un frenazo. Feels Like We Only Go Backwards es un momento ideal para dejar pasar a todos, y contemplar con una velocidad mucho más lenta lo hermoso del panorama en todas las direcciones. No hay apuro. Se puede retomar el viaje a un ritmo más pausado. El aire es agradable, menos denso. Los olores recuerdan a la casa.

A punto de ponerse cómodos comienza la quinta parte del viaje con Keep on Lying. Tiempo de recordar que estamos intentando avanzar. Los colores vuelven a ser nítidos, tal como en el segundo tramo, pero lo demás es caótico, mucho más real. Más cercano a la experiencia de pedalear en la ciudad, rodeado de amenazas como hoyos en la calle. Los peligros aunque son impredecibles son parte del funcionamiento normal del pedaleo. Se siente como pasear en una gran avenida a la hora del taco. Ideal para continuar con el siguiente tramo.

Elephant se sitúa en un escenario 100% artificial, construido tal vez como un parque futurista, o un circo romano, o un videojuego, por gigantescos seres grises. Es un camino estrecho y metálico, suspendido en medio de una ciudad con enormes edificios que se internan en el subsuelo de la misma manera que se elevan hacia el cielo. Un rato de esto y ERROR EN LA MATRIX. Máxima ingravidez al caer al vacío total: rosado y estática como en la tele. (She Just Won’t Believe Me). Ningún esfuerzo de pedaleo permite ir en ninguna dirección. Se acumula mucha luz blanca. ¡Cierra los ojos! ¡Resiste! Y cuando te sientas seguro, ábrelos.

Nothing That Has Happened So Far Has Been Anything We Could Control marca la vuelta al mundo nítido de un día de invierno soleado después de una lluvia. El aire frío, los colores reales de las cosas, permiten calmar la mente. Es el momento para el último impulso. Recuperar energía. Ya la travesía ha durado casi una hora, de pedaleo intenso. No puede durar mucho más. Sun’s Coming Up es la despedida ideal para un viaje tan largo. Es la vuelta a casa después del soñado mote con huesillos. La velocidad es mucho menor, y los colores son tenues, casi sepias. Pronto, sin darse uno cuenta, se llega a destino.

Rock pesado

Voy cada vez más rápido, la bici casi despega, pero en vez de eso, la calle se levanta como un tsunami de asfalto que me lleva hasta la altura de los techos. Y mientras suena un riff de guitarra eléctrica, explosivos de pirotecnia decoran el horizonte hasta donde alcanza la vista.

 

Y la calle sigue subiendo en una pendiente imposible, pero no es pesado pedalear. Incluso quizás la calle se dé una vuelta completa, pero todavía no. Por un segundo me vi como en una película, dejando una estela blanca.
Y ya más cerca del piso extiendo los brazos que cortan como espadas a miles de espantapájaros que brotan del suelo en cámara rápida. Y todo se desmorona de la manera más suave posible, pero rápido, durando lo que dura el eco del último acorde.

Caminar

Que pajero esto de caminar, que frustrante. Mientras, mi bici está en la casa, fuera del alcance de cualquier arreglo casero, hecha mierda. Y la flojera me ha impedido llevarla al taller, arrastrándola o al hombro. Imposible hacer eso, pasar por ese sufrimiento, esa humillación por la media hora más dolorosa de la vida. Aunque luego venga la redención y se acaben todos los problemas. Y más encima ahora tengo que caminar una distancia que obviamente haría en bici, que jamás me permitiría caminar, desperdiciar estas calorías, arrastrar los pies como un fracasado, sentir la mirada castigadora de todos los que pasan y piensan: “pobre hueón”.

 

Caminar es tan distinto a andar en bici. Es lentísimo. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo caminando. Einstein se equivocó cuando hizo su analogía de la dilatación del tiempo. Mientras más rápido voy, el tiempo pasa mucho más velozmente, en cambio caminando el tiempo se dilata hasta el infinito. Llevo toda la tarde caminando y apenas ha pasado media hora. Tiene que haber una explicación. Como por ejemplo que caminando tengo que arrastrar todas mis partículas que van a la velocidad de la luz en todas las direcciones, y mi masa se va al infinito y no puedo avanzar por mucho que pasen los años, a diferencia de andando en bici en que todo mi cuerpo se alinea y soy más ligero y llego a todos lados eventualmente. Que ganas de preguntarle a un físico, si tiene sentido lo que acabo de pensar. Deben ser puras hueás. Nada productivo se puede pensar caminando. El peor medio de transporte del universo.
Es tan distinto. Caminando toco todas las rejas, y de pronto cada barrote es una lanza y hay un ejército de soldados improvisados que están preparándose para pelear. Contra los pacos, por supuesto. Y afilan las rejas y se las tiran a las ruedas del guanaco y el guanaco no avanza, y lo cazan como un grupo de selknam, y bailan alrededor del cadáver porque ganaron. Y detrás de los muros espera protegida la gente inocente, no quieren guerra pero tampoco a los pacos. Y capturamos Ñuñoa, y están cayendo todos los barrios y tenemos esperanza en que todo va a mejorar. Y apenas avancé media cuadra. Por eso es tan distinto, mucho espacio para la imaginación, para pensar tonteras. Tampoco es tan malo, relajarse un poco, ganar ese tiempo.

Gorila

Veinticinco horas de trabajo, y me siento estúpido y torpe, como un gorila. No es tan difícil ser un gorila. Solo hay que inclinar los codos hacia arriba y hacia afuera, y avanzar con los puños hacia el suelo intercalando los brazos. Luego de seguir un tiempo así, ya puedo erguirme un segundo y liberar un bramido verdadero de gorila:

 

—Uuuuuh!

 

Tiene que ser aún más ronco — Uuuh! — más áspero y fuerte — UUUUH! —más corto! — Huh! Huh! Huh! — y ahora, en mi momento máximo de gloria, puedo erguirme completamente y golpear mi pecho fuerte, rápido, que se escuche a cientos de metros; que ningún lomo plateado pueda ignorarlo.

 

Los autos pasan y sigo avanzando, con los puños hacia abajo y los codos inclinados, no me importa nada. Soy el más veloz aunque sea el más lento: me desplazo entre las ramas. Escucho el inconfundible sonido de un metal golpeando el piso. Me deslizo ágilmente como un monstruo de 200 kilos, apenas visible entre las hojas del bosque.

 

Quizás podría pasar el resto de mi vida en la selva, ser como Tarzán al revés, como Nazrat, y criarme en la ciudad para vivir para siempre con los gorilas. No tendría nunca más que hablar, puedo bramir —Huh! Huh!— o puedo mirar a las personas con una cara inconfundible de animal salvaje, olvidarme de la ciudad. Escucho el inconfundible sonido de un metal golpeando el piso.
¿Qué fue eso? La parte recta de mi u-lock, que se cayó. ¿Y la U? Quizás cuando chucha se me cayó. Cerré mal el candado, debe habérseme caído al comienzo, a la cresta. Ahora tengo que devolverme. Cuadras y cuadras. El candado está tirado en una intersección, muy lejos desde donde alcancé a llegar. Creo que ya no quiero ser más gorila.

Otra vez

De nuevo, de nuevo lo mismo. De nuevo de noche, de nuevo con frío, de nuevo exactamente a esta mismísima hora en que prenden estos regadores automáticos que están malos (¿hace años que están malos?) y que tiran el agua para adentro de la calle y que quizás ni me mojen realmente, pero que los detesto. Lo peor de todo, de nuevo cocido.

 

¿Por qué no llego nunca? ¿Por qué no aprendo la lección? ¿Cuánto tiempo llevo pedaleando? Poco, seguramente. Es obvio que poco, porque siento que llevo mucho, y normalmente los viajes se sienten mucho más largos cuando se está curado. Siempre lo mismo. Tampoco siempre, pero tampoco sé cuántas veces. ¿Cuántas serán?
Por lo menos tomé ciertas precauciones. No sólo precauciones. Ja, ja. Pero tengo las luces prendidas, buen comienzo. Por lo menos sé que voy lento. Lo puedo ver en el ciclocomputador, no miente. ¿Voy zigzagueando? Parece que no. Derechito. «Curado manejo mejor», cuando otro lo dice es un chanta, ahora lo pienso yo y es, por lo menos, posible. No, imposible. Por lo menos ya estoy llegando, derechito al sobre. Nunca más. O hasta la próxima.

Dirección de la micro

¿Qué onda? ¿Una puerta? Ya, no es que una puerta en una micro sea algo tan excepcional, más bien todo lo contrario, pero una puerta por el lado izquierdo nunca lo había visto. Una puerta sola, justo al medio. Lo que sorprende no es ni la puerta, ni la micro. Es ese patrón inesperado que de repente aparece; es estar pedaleando como tantas veces, por la izquierda de una micro parada en el paradero, y como ninguna, que aparezca una puerta, que van a la derecha.

 

Lo que pasa es que hay tres actitudes posibles frente a una micro cargando y descargando pasajeros en la calle. Meterse a la derecha, justo antes de que baje y suba la gente y pasar como un guarén en ese estrechisimo espacio. Dos, pasar por la izquierda, sólo válido si estamos seguros que alcanzamos una buena velocidad antes de que parta la micro. Y tres, esperar atrasito de la micro, comerse el viento caluroso que sale del motor y partir juntos después. Pero con esto de las puertas a los dos lados cambia todo, las direcciones que tenían sentidos bien definidos ahora son cualquier cosa y habrá que decidir caso a caso.
Sí, me acuerdo que hay un plan de poner paraderos en el bandejón central de la Alameda, cosa que tenga sentido esto de poner las puertas por los lados. Pero entonces, ¿nadie pensó en los pobres pasajeros? ¿Cómo van a esperar la micro ahora? Esperar la micro es un acto fundamentalmente lateralizado. Siempre, sin excepción, si queremos saber si viene o no nuestra micro, giramos la cabeza hacia el hombro izquierdo. Nadie la espera de espalda. ¿Qué va a pasar ahora?

A la mierda con todo

¿Qué chuch…?¿Dónde está? Me la robaron. Me la robaron. La dejé sin candado. ¿Media hora? ¿Qué chucha? No, no, no, no, no, no. La dejé atrás, en la bodega. Mentira, nunca la he dejado en la bodega. Quizás alguien la tomó y la dejó en la bodega, pero yo no. ¿Qué chucha, loco? No está, no está acá tampoco. Ni cagando está entre estas bicis polvorientas, nadie las ha tomado en meses. ¿Por qué estoy buscando acá? ¿Revisé bien adelante? Quizás en el basurero. Alguien me la escondió en el basurero. ¿Quién me podría esconder la bici? Quizás ya la devolvieron y está donde empecé. Obvio que no está. ¿Qué hago ahora? ¡¿Qué hago ahora?! No busqué en el último patio del fondo. Quizás vino mi hermano y me la tomó y me la escondió al fondo. Nica vino. ¿Por qué estoy caminando hasta el fondo? La hueá inútil. Me quiero morir. Qué vergüenza. Como le explico a cualquier persona que me robaron la bici. No estaba acá atrás. ¡¿Qué chucha hago ahora, loco?!

 

Contéstame, contéstame. Por algo no me hai contestado, pero no puedo parar de llamarte. Me siento con náuseas. Tengo que contarle a alguien. Quiero llorar, por la chucha. Quiero gritar.  —Aaaaaaaaaaaaaah!!!!!! Aaah!!— ¿Qué más? No quiero hacer nada, a la mierda con todo, quiero que me digan qué hacer.

 

Que hago mañana, ¿hasta dónde puedo llegar? El mundo es tan chico sin bici.

Impacto

Verde, vamos.

 

Algo enorme aparece blanco y negro en el borde izquierdo del campo visual, y me sorprende un reflejo ancestral de retirar los dos brazos del manubrio. Tres o cuatro segundos duró lo demás. Ahora que estoy sentado y exhalé entiendo, o recuerdo. La conciencia anduvo mucho más rápido. Pero alcancé a pensar y a hacer cosas.

 

Lo primero fue ese ruido horrible, que resuena hasta la nuca, grave y con unos pocos armónicos agudos, que termina de bajar por el pecho para no desaparecer del todo. Como un buen golpe en la cabeza.

 

Luego darse cuenta de que se está suspendido en el aire. El cuerpo sigue una sola dirección por la inercia. La información visual es mínima, no vale la pena fijarse como gira el horizonte, así que supe que estaba yendo en la primera dirección que pensé. Mierda, mis lentes, se cayeron por acá (los vi). Están un poco sucios, nada más.

 

Caí de guata, apoyando primero los talones de las manos. Por eso me duelen. Me vino un miedo terrible al darme cuenta que los autos estaban partiendo, cuando se me representó la imagen de mi bici aplastada por el auto negro que estaba atrás mío. La agarré como pude, con los pies, con las manos, y me la traje. Y aquí estoy, sentado a un lado. Obvio que nadie me iba a arrollar, los autos están recién partiendo.

 

–¿Estai bien? Te tiraste con roja y no te vi, no alcancé a frenar.– Su furgoneta está detenida más allá, su señora me grita algo, así que le levanto el pulgar.

–Disculpa, me distraje.

–No pasa ná, lo importante es que estai bien. Más ojo para la próxima. Yo estoy apurado ahora, así que chau.

–Chao.

 

Parece que solo me enchuecó el manubrio, que suerte. Esto se corrige fácil, me pongo la rueda entre las piernas, y… Listo. Vamos, todavía falta para la siguiente verde. No me duele tanto. Vamos.

 

O si, me duele mucho la mano derecha. Me siento cansado. En verdad, no quiero andar más. Quiero parar, caminar un rato. Me siento angustiado. Soy un imbécil, yo tenía la razón y le pedí disculpas. Ni siquiera me fijé en la patente. No quiero caminar más. Quiero parar, llorar un rato.

Viaje y tiempo

Demasiado lejos para arrepentirme, demasiado cerca para aceptar el fracaso. Demasiado solo como para que tenga sentido avergonzarme, pero nada, ni el tiempo, tiene sentido realmente. Los primeros quince minutos fueron largos, pero casi tan largos como la primera hora. Y las siguientes dos horas tan largas como la primera, pero el viaje entero se siente al mismo tiempo como si nunca hubiera comenzado (o sea, que siempre estuvo ahí), tanto como si hubiera empezado recién. El tiempo verdadero pasa según las canciones, y ellas, caprichosas, se pasan entre sí rápida o lentamente según nadie sabe qué criterio. Algunas veces pasaron tan fugazmente, que al terminar recién pude darme cuenta de que estaban sonando. Otras me dieron el placer de escucharlas enteras, y de darme cuenta de detalles que nunca noté antes.

Tampoco tiene sentido el espacio. Nunca llega. Uno debería avanzar, avanzar, avanzar, hasta llegar al punto que quería, pero cuando llega es diferente, y ahora quiere llegar hasta ese poste que está más allá, que nunca va a ser como se lo imaginaba. Ahora entiendo: por eso el sentido se lo da uno, al esperar donde llegar. Pero ahora sólo quiero llegar hasta donde me alcanza la vista. Los tramos cortos se suceden rápidamente, y nunca terminan, se olvidan antes por el comienzo del subsiguiente, por lo que es más fácil continuar. Setear nuevos objetivos a la mente, porque el comienzo del camino es más ligero que el final. No dejarse llamar por el fracaso. No parar. No ahora.

—¡Aaaahh!¡Conchetumare!— No quise gritarle. Solo estaba ahí, estacionado sin molestar a nadie. Era cosa de tiempo. Faltaba una excusa, por mínima que fuera, para bajarme de la bicicleta. Voy a acercarme caminando. —Disculpe, maestro, no le gritaba a usted, gritaba solo, estoy muy cansado.

Voy a caminar dos minutos más, y vuelvo a pedalear.